Devuelta en casa
Después de dos meses viajando y volviendo a mi casa, el taxista que me trajo me preguntó ¿Qué es lo que más le gustó de su viaje? Y yo sin dudar respondí: lo que aprendo de mi mientras viajo.
Cuando viajo me tengo que enfrentar a muchas situaciones en las que nunca he estado acostumbrada, muchas de ellas son asociadas a encontrar la flexibilidad necesaria para sentirte bien en lugares que no son tu hogar.
Me toca compartir espacios con otras personas, estar en barrios que son diferentes a los que usualmente suelo asistir, ver e interactuar con personas que son muy diferentes a mí, partiendo desde el idioma.
Lo impresionante es cómo afloran muchos juicios respecto de eso que uno está viviendo, que están muy, pero muy escondidos en tu día a día y que en estas situaciones aparecen casi como conejo sacado del sombrero de un mago.
Y no sería problema que solo aparecieran sino que cómo te afectan en vivir en paz y tranquilidad el día a día.
Uuuffff!! A veces son tan fuertes esos juicios que te sacan de tu centro arruinando todo alrededor hasta que logras darte cuenta de lo que está pasando.
Al darte cuenta que esos pensamientos los generaste tú en algún momento de tu vida, debido a una experiencia o que alguien te dijo que eso era así y tú lo tomaste como ley, puedes tomar el toro por las astas y cambiarlos, ya que estos pensamientos no los creaste ahora sino que los creaste antes.
Algunos cuestan más, otros cuestan menos cambiarlos, sin embargo el proceso de crecimiento personal, la expansión de consciencia a que te invitan es realmente un regalo y me siento feliz y bendecida por poder vivir este tipo de experiencias.
Es bueno para la mente y para el espíritu poder experimentar situaciones nuevas, interactuar con personas que nunca has visto antes y sonreírles porque sí, porque que lindo compartir una sonrisa, una palabra con alguien diferente a ti, porque puedes aprender mil cosas de él y en proceso de compartir, también aprendes de ti.